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lunes, 18 de octubre de 2021

CUATRO PALABRAS SOBRE LA ESPADA Y EL LAÚD DE DON JUAN PALOU Y COLL.

CUATRO
PALABRAS


SOBRE


LA
ESPADA Y EL LAÚD


DE


DON
JUAN PALOU Y COLL.


Aquel
criadero de incomparable poesía, aquel palacio encantado de la
imaginación, aquella palestra de las pasiones más sublimes, aquel
paraíso del pensamiento nacional que, galeote sin ventura de todas
tiranías, allí sólo encontraba refugio deleitable, aquel teatro
español, de veneranda y gloriosísima memoria, es hoy vergüenza de
propios y menosprecio de extraños. Una turba bullidora de
inteligencias ruines hormiguea allí en donde ingenios peregrinos,
convirtiendo la quinta esencia de sus espíritus en rimas puras como
el oro y musicales como la plata, despertaban con ellas el sonoro
corazón de las muchedumbres. Lo que más caracteriza a esos
jornaleros a destajo que, salvas poquísimas excepciones, señorean
la escena patria es, amén de su fecundidad verdaderamente milagrosa,
lo débil, enfermizo y miserable de su numen. No busquéis en sus
raquíticos engendros un sólo átomo de vitalidad sana; todos nacen
éticos. Por esto, lejos de recibir con desvío producciones como La
Espada y el laúd que, si de algo pecan es de exceso de fuerza y
plétora de vida, hoy más que nunca deberían acogerse con gratitud
señalada. Si algún lunar tiene esta obra inspiradísima, hijo es de
un verdadero genio dramático; y valen más los extravíos del genio
que los aciertos casuales de la necedad.


El
Sr. Palou acostumbra dar sus reñidas batallas de pasiones y
sentimientos dentro de un espacio muy angosto, y en él guerrean con
encarnizado empuje, sin que apenas sufra menoscabo la destreza de las
maniobras, ni amaine un punto la serenidad del que las dirige, ni el
ardoroso brío de los contendientes haga degenerar el combate en
confusa y desordenada pelea. Sin embargo, a ser más autorizada
nuestra voz, aconsejaríamos al Sr. Palou que procurase ensanchar
algo el ceñido círculo en donde luchan los afectos y pasiones de
sus dramas, disminuir el número de los combatientes y no efectuar
las operaciones con tan vertiginosa rapidez. Sus luchas dramáticas
tienen espectadores y pueden estos no ver tan claro desde fuera del
palenque como el autor desde dentro; y por lo mismo, no tributar
completa justicia a su portentosa habilidad.


De
lo que llevamos dicho, implícitamente se deduce que, en nuestro
humilde sentir, lo que más enaltece los dramas del Sr. Palou es su
valor psicológico. El de La Espada y el laúd es a todas luces
acendrado. Para justipreciarlo debidamente basta fijar la atención
en los caracteres principales que descuellan en el drama que nos
ocupa.


AUSIAS
MARCH
... (Ausiàs March, poeta valenciano, en lengua valenciana) Verdadera encarnación de la poesía contemplativa
enguirnaldada con la celeste aureola de un amor puro y extático,
es una figura arrancada de los versos mismos de aquel gran poeta
provenzal
. Su alma es toda profundo lirismo y reconcentrada
pasión. En carecer de carácter exteriormente activo consiste y debe
consistir su carácter, pues su actividad es eminentemente interna.
De esta clase de levantados espíritus pudiéramos decir, a
perdonársenos lo técnico de la frase en gracia de su actitud, que
su fuerza centrífuga es insignificante, y poderosa, por lo
contrario, su fuerza centrípeda. Si alguna vez, menos por
motivos de utilidad práctica propia o ajena que a impulso de móviles
puramente abstractos, toman parte en los acontecimientos del mundo
exterior, suelen hacerlo de una manera brusca o distraída y floja.
Viven como anacoretas en el silencioso retraimiento de la meditación
o en el oasis regalado de la fantasía:


y
sólo penosamente salen de estas regiones intelectuales. He aquí por
qué el Sr. Palou ha dado a su protagonista cierto carácter
relativamente pasivo, he aquí por qué la hazaña que realiza es tan
maravillosa como instantánea; he aquí por qué guarda en la acción
cierto aire, digámoslo así, desorientado que es su mayor y más
artística belleza. Para él, su adorada Teresa no es simplemente un
dechado de hermosura y un ángel de pureza, es el imán de su
imaginación acalorada, el astro radiante del cual su alma es
girasol. El ultraje sangriento hecho por Don Martín a su honor y a
sus blasones, a trechos, a ráfagas encienden su ira, pero no logran
desquiciar su corazón del arrobamiento lírico y amoroso que le
avasalla. Finalmente: cuando su hermana Beatriz le enseña súbito al
villano raptor de su honra, Ausias sediento de venganza y
próximo a lanzarse sobre su presa, se detiene de pronto y exclama en
son de reconvenirse a sí mismo:


¡Ay!
¡ídolo mío!...
¡ya me olvidaba de ti!


¡Triunfo
del amor absorbente del poeta que arrastra todas sus potencias
espirituales al centro de su alma, alcanzado a costa de otro
sentimiento expansivo y diametralmente contrario! ¡Rasgo magistral,
pincelada profunda que pone en claro de repente el carácter del
poeta enamorado!


TERESA...
Pocas veces hemos admirado en la escena una personificación tan
sublime del amor femenino. Teresa ama con su cerebro, con su corazón,
con sus nervios, con todo su ser. Ama como amarán las mujeres el día
que Dios se digne realizar en su alma algunas mejoras urgentes. La
gloria del trovador y los hechos hazañosos del soldado cautivan la
parte poética y fantaseadora de su espíritu; la gratitud, por haber
salvado la vida a su hermano y a ella, acendran su irresistible
simpatía; súbela de punto la férrea voluntad de su padre, que la
obliga a casarse con un ambicioso de aviesos y vulgares instintos. Su
amor recorre toda la escala cromática de la pasión, delicada y
fuerte a un tiempo, hasta estallar en el do de pecho del último
acto. Nace en el cielo de su alma, un amoroso afecto, cual nubecilla
atornasolada y leve: poco a poco se espesa y aploma; la surcan a
ratos ráfagas de pasión incandescente, conviértese por fin en una
tempestad.
Después que Rebolledo ha explicado a Don Martín el
horroroso peligro que acaba de correr su hija, y del cual
bizarramente ha triunfado el heroico esfuerzo de Ausias March, dice:

TERESA. ¡Padre!
REBOLL. ¡Qué quieres!
TERESA.
(Besándole la mano.) ¡Ay, padre!


(Bajo
después de mirar con recelo y aversión a Martín.)


¿Me
amáis?
Con este rasgo profundamente delicado indica Teresa su
afecto por Ausias, su odio al capitán, y toma el pulso al corazón
de su padre para calcular los grados de resistencia que podrá oponer
su cariño paternal al que ella siente por el poeta guerrero. Si en
tan tremenda lucha queda vencida, no por esto llevará al odiado
verdugo de su dicha ni un pensamiento criminal. La fortaleza de su
virtud le inspira los siguientes versos:
«Que la que noble ha
nacido


y
por fiel y honesta pasa,


no
ha de llevar cuando casa,


una
lágrima al marido.»

Aquel maravilloso instinto que crece y se
desarrolla al abrigo de toda pasión, hace adivinar a Teresa, que
para el apetecido vencimiento necesita auxiliares. Empieza por
conquistarse las simpatías de Beatriz, aun antes de saber que era la
hermana de su amado. Pero si nadie la ayuda, si las armas con que su
ingenio cuenta son inservibles, armado está su corazón, hercúleo
es su brío: luchará sola.
Violante le dice:


Nadie
en tu apoyo hallarás.”
Y ella contesta:


¿Sí?
pues mira, eso bastara


para
que yo más le amara...
si pudiera amarle más.”
Así
procede la pasión en hidalgos pechos.
¿Queréis amilanar a los
ruines? Dejadles solos en el combate.
¿Queréis envalentonar a
los esforzados? Negadles todo auxilio.


El
tercer acto de La Espada y el laúd es un volcán, las pasiones del
drama rebientan en tremendas erupciones. La de Teresa ruge,
truena, estalla. Sabe Rebolledo, ya convertido a la religión
apasionada de su hija, ya enemigo de Don Martín, que éste prepara,
junto con Garcés, una emboscada para asesinar a Ausias apenas salga
de la cárcel, en la cual una orden del rey le tiene preso; sabe
también que Violante y Teresa para esquivar la indignación
formidable del monarca, han ido a romper sus prisiones. ¡Trance
cruel! Vuela a impedir la catástrofe amenazadora.

REBOLL. (Va a la
puerta y exclama):
¡Maldición!...


¡Abierta!
¡Instante cruel!


Si
es cierto lo que ha contado


Doña
Beatriz, y han librado


a
Ausias March... ¡Mísero de él!...


Le
asesina ese traidor...


Aún
le puedo yo salvar.


Vamos
antes a mirar


si
aún está preso.


Teresa
y Violante acechan entre la sombra a este bulto que la oscuridad no
les permite reconocer. Primero le creen enviado del rey para impedir
la fuga de Ausias.


Después
un pensamiento desvariado, aunque compatible con la violenta zozobra
que las enloquece, las hace sospechar que es el rey en persona. Una
idea se les ocurre de golpe, una idea esencialmente propia de dos
mujeres, unidas por el lazo de fuego de una común exaltación:
encerrar al hombre de cuya repentina llegada a la cárcel auguran las
más terribles consecuencias para el objeto de sus cuidados. Con dos
pinceladas centelleantes rasguea el autor la situación moral de
Teresa.


PRIMERA.


VIOL.
(Aplicando el oído a la puerta.) Este hombre ya baja.


TERESA.
Es ley.
que espere hasta que mi amante
trasponga el Ebro,
Violante.


VIOL.
¡Si es el rey!
TERESA. ¡Que espere el rey!


SEGUNDA.


REBOLL.
(Dentro, con voz de trueno, empujando la puerta): ¡Abran!


TERESA.
¡Padre!


REBOLL.
¡Que asesinan


a
Ausias March!


Ter.
y Viol. (Alteradas): ¡Jesús!
REBOLL. Abrid.
TERESA.
(Pidiendo a Violante la llave, que ella misma estrecha
convulsivamente en su mano): ¡La llave, la llave!


¡Si
esto no es unir la más exquisita naturalidad con la mayor violencia
de la pasión, confesamos paladinamente que desconocemos las leyes
más rudimentarias del corazón humano! Si un amor tan magistralmente
dramático no merece los aplausos de la prensa y del público, peor
para el público y peor para la prensa.


BEATRIZ...
Nada exaspera tanto a los corazones leales como una torpe y


cobarde
villanía: por esto la culebra de un odio mortal se enrosca en el de
Beatriz, apenas se ve infamemente abandonada por el ladrón de su
honra. La madre de Beatriz baja al sepulcro anonadada bajo el peso de
tan atroz desventura: esto acaba de enconar su herida, y presta
cierto sello sagrado a sus propósitos de venganza. Toda la sustancia
de su alma se hace odio odio egoísta, odio sin tregua, sin descanso,
sin cuartel. El valor de su hermano, el amor de Teresa, son para ella
dos dagas de acerada punta. En Ausias y en su amada sólo mira dos
poderosos instrumentos de su vengadora misión. No será ella quien
pordiosee la mano de su enemigo para satisfacer las sandias
exigencias de una sociedad cuyo voto desdeña. Quédense estas
miserables transacciones que el mundo apadrina para las mujeres al
uso cuya rastrera virtud sólo es en el fondo miedo del qué dirán.
Beatriz ha salido del claustro, en donde con fingido nombre moraba,
para lavar la mancha de su honor con la sangre vil del que se lo ha
robado; una vez satisfecho su anhelo, al claustro volverá. Así sale
de su cueva solitaria la ensañada leona en busca del que la arrebató
a sus cachorros, le encuentra, le acomete, se embriaga con su sangre,
y rugiendo de terrible júbilo, entra otra vez en su guarida.


REBOLLEDO.
Hay en él dos hombres en uno: el hombre de dos limpios pensamientos,
de noble, alto y vigoroso sentir, y el hombre de preocupaciones
aristocráticas, amigo de sus blasones y ganoso de acrecentar el
lustre y poderío de su casa. El primero aboga entusiasta por Ausias
March, y con el fuego de la más entrañable convicción, pondera su
heroísmo y la gloria poética que en los torneos del gay saber
alcanzará. Mima el otro su orgullo y encarece los medros que a sus
timbres y a su fortuna acarreará el casamiento de su hija con Don
Martín que un fatal compromiso abona, y la voluntad de un rey
terrible ordena. Estos dos hombres luchan y forcejean a brazo partido
en la arena calcinada de su espíritu, ora uno, ora otro miden el
suelo hasta que el hombre natural vence al artificial, y triunfa de
la nobleza de blasón la del alma. Toda la del valeroso anciano
brilla en los siguientes versos:
“Oíd, y Dios es testigo
de
que estoy acostumbrado
a sentir, como soldado,
mucho más de lo
que digo.”
Y centellea en estos otros que profiere rabioso al
temer que Don Martín y Garcés haya tenido la alevosía de asesinar
a Ausias:
REBOLL. “La impunidad se prometen...
(A Teresa que
quiere irse por la derecha.)
¡Quieta! - Si el crimen
cometen...
¡Canas mías!...
(Saca la espada y dice con
desvarío.)
¡Hierro mío,
que la misma edad contáis,
de mi
vida honradas huellas...
maldición en ti... y en ellas...
si
en su sangre no os bañáis!”
Así se expresa el héroe canoso,
en quien la nieve de los años no ha enfriado la bravura del
corazón!
DON MARTÍN... Carácter crónicamente vulgar amasado
con el cieno de un libertinaje sin imaginación y de una vanidad
desenfrenada. Por capricho sedujo a Beatriz; por haber mejorado de
fortuna la abandonó; por ambición y codicia desea enlazarse con
Teresa. Así son y han sido y serán todos estos tenorios en
calderilla que la putrefacción social engendra, que las mujeres
miman, que la impunidad envalentona, que el mundo premia con los
resplandores de un prestigio tan majadero como infame.
Dos
acciones hay en La espada y el laúd, pero que convergen a un foco
común. Forman dos círculos concéntricos, de los cuales el amor de
Teresa es el círculo máximo, la venganza de Beatriz el círculo
mínimo, y Ausias March el centro. Los demás personajes son otros
tantos radios.
Por lo mismo es indudable que Ausias March es el
verdadero protagonista del drama mencionado, aunque conserve en la
acción el carácter exteriormente inactivo de que hemos hablado
antes. Enumerar los bellísimos pormenores de fondo y forma que lo
avaloran, sería tarea por demás prolija. El ligero análisis que de
sus admirables caracteres acabamos de hacer, basta para señalar
dicha producción como joya de muchos quilates, que una conjuración
de circunstancias desgraciadas no ha permitido al público ni a la
prensa de Madrid apreciar debidamente.
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lunes, 9 de noviembre de 2020

JORNADA SÉPTIMA. NOVELA SÉPTIMA.

JORNADA SÉPTIMA. NOVELA SÉPTIMA.

Ludovico li descubrix a doña Beatriz lo amor que li té; ella envíe a Egano, lo seu home, a un jardí, disfrassat com si fore ella, y se gite en Ludovico, que se eixeque y li fot una palissa a Egano al seu jardí.

Esta invensió de doña Isabela contada per Pampínea va sé per tots los de la compañía tinguda per maravillosa. Filomena, a la que lo rey ya li habíe manat que continuare, va di: Amoroses siñores, si no me engaño, crec que tos contaré una história no menos bona. Hau de sabé que a París va viure un home noble florentino, que, per la seua pobresa, se habíe fet viachán, y li habíe anat tan be en lo comers que se habíe fet mol ric. Teníe de la seua dona un fill únic, al que li habíen ficat de nom Ludovico. Y per a que continuare la noblesa del pare y no se dedicare al comers, no lo habíe son pare volgut ficá en cap negossi, sino que lo habíe colocat jun a datres hómens nobles al servissi del rey de Fransa, aon moltes bones maneres y bones coses habíe adeprés. Y están allí, va passá que serts caballés que tornáen del Sepulcro, mesclánse en una conversa de los joves entre los que estabe Ludovico, y escoltánlos raoná entre ells sobre les dames hermoses de Fransa y de Inglaterra y de atres parts del món, va escomensá un de ells a di que de tot lo món que ell habíe voltat y de totes les dones que habíe vist, may ne habíe vist cap tan guapa com la dona de Egano de los Galluzzi de Bolonia, de nom doña Beatriz. En lo que van está de acuerdo tots los seus compañs, que tamé la habíen vist a Bolonia; y escoltán aixó Ludovico, que encara no sen habíe enamorat de cap, se va inflamá en tan dessich de vórela que en atra cosa no podíe fixá lo pensamén; y del tot disposat a aná hasta Bolonia a vórela, y quedás allí si ella volíe, li va doná a entendre a son pare que volíe aná al Sepulcro, lo que va conseguí en gran dificultat. Ficánse per nom Aniquino, va arribá a Bolonia, y tal com va volé la fortuna, al día siguién o en son demá va vore an esta Siñora a una festa, y li va pareixe mes hermosa de lo que habíe pensat; per lo que, enamoránsen de ella, se va proposá no anássen may de Bolonia si no conseguíe lo seu amor. Y pensán cóm su faríe, va dessidí que, si puguere colocás com a criat del home de ella, que ne teníe mols, igual podríe passá lo que dessichabe. Venuts los seus caballs, y colocats los seus criats de manera que estaben be, habénlos manat que faigueren vore que no lo coneixíen, habén fet amistat en lo amo de la fonda aon estáe, li va di que de bona gana entraríe com a criat de algún siñó de be, si sen podíe trobá algún; a lo que va di lo posadé: - Tú valdríes com a criat de un home noble mol apressiat an esta terra, que se diu Egano, té mols criats, y tots los vol pareguts a tú; yo li parlaré.

Y com u va di, aixina u va fé; y va colocá a Aniquino a casa de Egano, y al amo li va agradá mol. Tan be lo va serví que éste se li va encariñá, y sense ell no sabíe fé res; y ademés li va encomaná lo gobern de les seues coses. Va passá un día que, habén anat Egano a cassá en falcóns, y quedánse Aniquino a casa, doña Beatriz, que del seu amor no sen habíe acatat, encara que an ella li agradáe, miránlo an ell y a les seues maneres, moltes vegades lo habíe alabat; se va ficá a jugá en ell al ajedrez, y Aniquino, que volíe agradáli, se dixabe guañá dissimuladamen, de lo que la Siñora faie maravilloses festes.
Y habénse apartat de vórels chugá totes les dames de la Siñora, dixánlos jugán sols, Aniquino va soltá un gran suspiro.

La Siñora, miránlo, va di:

- ¿Qué tens, Aniquino? ¿Tan te dol que te guaña?

- Siñora - va contestá Aniquino -, algo mol mes gran que aixó ha sigut la raó del meu suspirá.
Va di entonses la Siñora: - ¡Ah! Dísmela, si me vols be.

Cuan Aniquino se va sentí «si la volíe be» com sobre totes les coses la volíe, va soltá un atre suspiro mol mes fort que lo de abans, per lo que la Siñora un atra vegada li va demaná que li diguere quina ere la raó de los seus suspiros.

A lo que Aniquino li va di:

- Siñora, crec que tos molestará si to la dic, y ademés ting temó de que u contéu a un atra persona.
A lo que la Siñora va di: - Segú que no me molestará, y pots está segú que res de lo que tú me digues li charraré a dingú may.

Entonses va di Aniquino:

- Pos com aixina me u prometéu, tos u diré.

Y en llágrimes als ulls li va di quí ere ell, lo que de ella habíe sentit y aón, y cóm de ella se habíe enamorat y cóm habíe arribat allí, y per qué habíe entrat com a criat del seu home; y después, en humildat li va demaná que si podíe sé tinguere piedat de ell y li guardare este secreto y dessich; y que, si no volíe fé aixó, que, dixánlo está en lo traje y disfrás que portáe, li permitiguere amála. ¡Oh, dolsó única de sang boloñesa, que digna de lahors has sigut sempre en estos casos! may te vas enorgullí de les llágrimes y los suspiros y sempre has sigut sensible a les súpliques, y als amorosos dessichos doblegable; si yo tinguera dignes lahors per a alabát, may se voríe satisfeta la meua veu.
La noble Siñora, al parlá Aniquino, lo mirabe; y donán plena fe a les seues paraules, en tanta forsa va ressibí per les seues súpliques lo amor a la men, que tamé ella va escomensá a suspirá, y después de uns cuans suspiros va contestá:

- Dols Aniquino meu, anímat: ni dons ni promeses ni lo festejá de nobles o siñós (aixó que hay sigut y soc festejada per mols) may ha pogut moure lo meu ánimo tan que ne vullguera an algún; pero tú, en tan poc tems com han durat les teues paraules, me has fet mes teua que meua soc. Vech que mol be te has guañat lo meu amor, y per naixó te lo dono y te prometixgo que te faré gosá de ell antes de que acabo esta nit que ve. Aixina que, cap a mija nit, vindrás a la meua alcoba; yo dixaré la porta uberta; saps a quín costa del llit dórmigo; vindrás allí, y si estic dormín, sácsam hasta que me desperta, y te consolaré de tan llarg dessich com has tingut; y per a que tu cregues te besaré.

Y ficánli un bras pel coll, amorosamen lo va besá, y Aniquino an ella. Dites estes coses, Aniquino, dixán a la Siñora, sen va aná a cumplí algunes de les seues obligassións, esperán en la alegría mes gran del món que arribare la nit. Egano va torná de la cassera, y cuan va acabá de sopá, com estabe baldat, sen va aná a gitás, y la Siñora detrás de ell; y com habíe prometut, va dixá la porta de la alcoba ajuntada. A la hora que li habíe sigut dita, va acudí Aniquino y en cuidadet va entrá a la alcoba, va tancá la porta per dins, va aná al costat aon dormíe la Siñora, li va ficá la ma al pit y va vore que no dormíe. Ella, cuan va notá que Aniquino estáe allí, li va agarrá la ma en les dos seues y lo va aguantá fort, donán voltes al llit, y despertán a Egano que dormíe; al que li va di:
- No vach volé dit res perque estáes cansat; pero dísme, Egano, ¿a quí tens tú com a milló criat y mes leal de los que tens a casa?
Va contestá Egano: - ¿Qué es assó, dona, que me preguntes? ¿No u saps? No ña ni ha ñagut may datre del que mes men fiara o me fía o vullga, del que men fío y vull a Aniquino. Pero ¿per qué me u preguntes?
Aniquino, sentín a Egano y que parláen de ell, habíe estirat moltes vegades de la ma cap an ell per a soltás, pensánse que la Siñora volíe engañál; pero ésta lo habíe agarrat mol be y lo aguantáe de manera que no podíe soltás.

La Siñora li va contestá a Egano, y va di:

- Yo te u diré. Yo creía que ere com tú dius, y que te ere mes fiel que los atres, pero me ha engañat, perque cuan ten has anat avui a cassá, ell se ha quedat aquí, y cuan li va pareixe be no se va avergoñí de demanám que consentiguera en fé lo seu gust; y yo, per a que esta cosa no tinguera que probát en massa probes, y per a fétel tocá y vore, li vach contestá que me pareixíe be y que esta nit, passada la mija nit, aniré al jardí y lo esperaré a la soca del pi. Yo no porto cap intensió de anáy, pero si tens ganes de vore la fidelidat del teu criat, pots fássilmen, ficánte damún alguna de les meues robes y al cap un vel, aná allá baix a esperál, que estic segura de que acudirá.
Egano, sentín aixó, va di: - Convé que lo veiga.

Y eixecánse com va pugué a la oscurina, se va ficá alguna roba de la Siñora, y se va tapá lo cap, se va atansá cap al jardí y deball de un pi se va ficá a esperá a Aniquino. La Siñora, cuan lo va sentí ya fora de la alcoba, se va eixecá y va tancá la porta per dins. Aniquino, que habíe passat molta temó, y se habíe esforsat en escapás de les mans de la Siñora, y mil vegades an ella y al seu amor y an ell mateix habíe maldit, veén lo que al final habíe fet, va sé lo home mes felís que may va existí; y habén la Siñora tornat al catre, se van despullá y juns van chalá durán un bon rato.

Después, pareixénli a la Siñora que Aniquino no se teníe que quedá mes rato, lo va fé eixecás y torná a vestís, y aixina li va di:

- Dolsos labios meus, ara agarra una bona gayata y vésten al jardí, y fen vore que me habíes requerit per a tentám, com si fora yo mateixa, insultarás a Egano y mel esbatussarás be, y de aixó se seguirá después mol mes plaé.

Se va eixecá Aniquino y va aná al jardí en una bona vara de oró a la ma. Cuan va arribá al pi y Egano lo va vore víndre, se va alsá com si vullguere ressibíl en grandíssima festa, y va eixí a trobál; a lo que va di Aniquino:

- ¡Ah, dona roína, aixina que has vingut! ¿Y te has cregut que yo volía féli al meu siñó esta afrenta? ¡Sigues mil vegades mal vinguda!

Y alsán la gayata, lo va escomensá a esbatussá com a les sigroneres.

Egano, al sentí aixó y notá la gayata a les costelles, sense di res mes va escomensá a fugí, y detrás de ell Aniquino, encara dién:

- Fora, que Deu te porto a la desgrássia, mala pécora; per sert que demá lay contaré tot a Egano. Y Egano, tan pronte com va pugué sen va entorná a la alcoba, y la Siñora li va preguntá si Aniquino habíe acudit al jardí.

Egano va di:

- Ojalá no hi haguera anat, perque creén que eres tú, me ha batut en una vara y me ha dit les mes grans injuries que may se han sentit díli a una dona roína. Yo me extrañaba mol de que ell te haguere dit aquelles paraules en ánim de fé algo que me portare la vergoña; u ha fet perque te va vore alegre y amable, y va volé probát.

- Entonses - va di la Siñora -, alabat sigue Deu perque a mí me ha probat en paraules y a tú en obres; y crec que podría di que yo soporto en mes passiénsia les paraules que tú les obres. Ya que tanta lealtat te té, ña que tíndrel en estima y honrál.

Egano va di:

- Per sert que dius la verdat.

Y después de alló, Egano creíe que teníe la dona mes leal y lo criat mes bo que may habíe tingut un noble; y aixina, después, moltes vegades Aniquino y la Siñora sen van enriure de este fet, y van tíndre molta mes fassilidat per a fé alló que los donabe plaé, tan tems com Aniquino va vullgué quedás en lo seu amo Egano a Bolonia.

JORNADA SÉPTIMA. NOVELA SÉPTIMA.

JORNADA
SÉPTIMA. NOVELA SÉPTIMA.


Ludovico
li descubrix a doña Beatriz lo amor que li té; ella envíe a Egano,
lo seu home, a un jardí, disfrassat com si fore ella, y se gite en
Ludovico, que se eixeque y li fot una palissa a Egano al seu jardí.


Esta
invensió de doña Isabela contada per Pampínea va sé per tots los
de la compañía tinguda per maravillosa. Filomena, a la que lo rey
ya li habíe manat que continuare, va di: Amoroses siñores, si no me
engaño, crec que tos contaré una história no menos bona. Hau de
sabé que a París va viure un home noble florentino, que, per la
seua pobresa, se habíe fet viachán, y li habíe anat tan be en lo
comers que se habíe fet mol ric. Teníe de la seua dona un fill
únic, al que li habíen ficat de nom Ludovico. Y per a que
continuare la noblesa del pare y no se dedicare al comers, no lo
habíe son pare volgut ficá en cap negossi, sino que lo habíe
colocat jun a datres hómens nobles al servissi del rey de Fransa,
aon moltes bones maneres y bones coses habíe adeprés. Y están
allí, va passá que serts caballés que tornáen del Sepulcro,
mesclánse en una conversa de los joves entre los que estabe
Ludovico, y escoltánlos raoná entre ells sobre les dames hermoses
de Fransa y de Inglaterra y de atres parts del món, va escomensá un
de ells a di que de tot lo món que ell habíe voltat y de totes les
dones que habíe vist, may ne habíe vist cap tan guapa com la dona
de Egano de los Galluzzi de Bolonia, de nom doña Beatriz. En lo que
van está de acuerdo tots los seus compañs, que tamé la habíen
vist a Bolonia; y escoltán aixó Ludovico, que encara no sen habíe
enamorat de cap, se va inflamá en tan dessich de vórela que en atra
cosa no podíe fixá lo pensamén; y del tot disposat a aná hasta
Bolonia a vórela, y quedás allí si ella volíe, li va doná a
entendre a son pare que volíe aná al Sepulcro, lo que va conseguí
en gran dificultat. Ficánse per nom Aniquino, va arribá a Bolonia,
y tal com va volé la fortuna, al día siguién o en son demá va
vore an esta Siñora a una festa, y li va pareixe mes hermosa de lo
que habíe pensat; per lo que, enamoránsen de ella, se va proposá
no anássen may de Bolonia si no conseguíe lo seu amor. Y pensán
cóm su faríe, va dessidí que, si puguere colocás com a criat del
home de ella, que ne teníe mols, igual podríe passá lo que
dessichabe. Venuts los seus caballs, y colocats los seus criats de
manera que estaben be, habénlos manat que faigueren vore que no lo
coneixíen, habén fet amistat en lo amo de la fonda aon estáe, li
va di que de bona gana entraríe com a criat de algún siñó de be,
si sen podíe trobá algún; a lo que va di lo posadé: - Tú
valdríes com a criat de un home noble mol apressiat an esta terra,
que se diu Egano, té mols criats, y tots los vol pareguts a tú; yo
li parlaré.


Y
com u va di, aixina u va fé; y va colocá a Aniquino a casa de
Egano, y al amo li va agradá mol. Tan be lo va serví que éste se
li va encariñá, y sense ell no sabíe fé res; y ademés li va
encomaná lo gobern de les seues coses. Va passá un día que, habén
anat Egano a cassá en falcóns, y quedánse Aniquino a casa, doña
Beatriz, que del seu amor no sen habíe acatat, encara que an ella li
agradáe, miránlo an ell y a les seues maneres, moltes vegades lo
habíe alabat; se va ficá a jugá en ell al ajedrez, y Aniquino, que
volíe agradáli, se dixabe guañá dissimuladamen, de lo que la
Siñora faie maravilloses festes.
Y habénse apartat de vórels
chugá totes les dames de la Siñora, dixánlos jugán sols, Aniquino
va soltá un gran suspiro.


La
Siñora, miránlo, va di:


-
¿Qué tens, Aniquino? ¿Tan te dol que te guaña?


-
Siñora - va contestá Aniquino -, algo mol mes gran que aixó ha
sigut la raó del meu suspirá.
Va di entonses la Siñora: - ¡Ah!
Dísmela, si me vols be.


Cuan
Aniquino se va sentí «si la volíe be» com sobre totes les coses
la volíe, va soltá un atre suspiro mol mes fort que lo de abans,
per lo que la Siñora un atra vegada li va demaná que li diguere
quina ere la raó de los seus suspiros.


A
lo que Aniquino li va di:


-
Siñora, crec que tos molestará si to la dic, y ademés ting temó
de que u contéu a un atra persona.
A lo que la Siñora va di: -
Segú que no me molestará, y pots está segú que res de lo que tú
me digues li charraré a dingú may.


Entonses
va di Aniquino:


-
Pos com aixina me u prometéu, tos u diré.


Y
en llágrimes als ulls li va di quí ere ell, lo que de ella habíe
sentit y aón, y cóm de ella se habíe enamorat y cóm habíe
arribat allí, y per qué habíe entrat com a criat del seu home; y
después, en humildat li va demaná que si podíe sé tinguere piedat
de ell y li guardare este secreto y dessich; y que, si no volíe fé
aixó, que, dixánlo está en lo traje y disfrás que portáe, li
permitiguere amála. ¡Oh, dolsó única de sang boloñesa, que digna
de lahors has sigut sempre en estos casos! may te vas enorgullí de
les llágrimes y los suspiros y sempre has sigut sensible a les
súpliques, y als amorosos dessichos doblegable; si yo tinguera
dignes lahors per a alabát, may se voríe satisfeta la meua veu.
La
noble Siñora, al parlá Aniquino, lo mirabe; y donán plena fe a les
seues paraules, en tanta forsa va ressibí per les seues súpliques
lo amor a la men, que tamé ella va escomensá a suspirá, y después
de uns cuans suspiros va contestá:


-
Dols Aniquino meu, anímat: ni dons ni promeses ni lo festejá de
nobles o siñós (aixó que hay sigut y soc festejada per mols) may
ha pogut moure lo meu ánimo tan que ne vullguera an algún; pero tú,
en tan poc tems com han durat les teues paraules, me has fet mes teua
que meua soc. Vech que mol be te has guañat lo meu amor, y per naixó
te lo dono y te prometixgo que te faré gosá de ell antes de que
acabo esta nit que ve. Aixina que, cap a mija nit, vindrás a la meua
alcoba; yo dixaré la porta uberta; saps a quín costa del llit
dórmigo; vindrás allí, y si estic dormín, sácsam hasta que me
desperta, y te consolaré de tan llarg dessich com has tingut; y per
a que tu cregues te besaré.


Y
ficánli un bras pel coll, amorosamen lo va besá, y Aniquino an
ella. Dites estes coses, Aniquino, dixán a la Siñora, sen va aná a
cumplí algunes de les seues obligassións, esperán en la alegría
mes gran del món que arribare la nit. Egano va torná de la cassera,
y cuan va acabá de sopá, com estabe baldat, sen va aná a gitás, y
la Siñora detrás de ell; y com habíe prometut, va dixá la porta
de la alcoba ajuntada. A la hora que li habíe sigut dita, va acudí
Aniquino y en cuidadet va entrá a la alcoba, va tancá la porta per
dins, va aná al costat aon dormíe la Siñora, li va ficá la ma al
pit y va vore que no dormíe. Ella, cuan va notá que Aniquino estáe
allí, li va agarrá la ma en les dos seues y lo va aguantá fort,
donán voltes al llit, y despertán a Egano que dormíe; al que li va
di:
- No vach volé dit res perque estáes cansat; pero dísme,
Egano, ¿a quí tens tú com a milló criat y mes leal de los que
tens a casa?
Va contestá Egano: - ¿Qué es assó, dona, que me
preguntes? ¿No u saps? No ña ni ha ñagut may datre del que mes men
fiara o me fía o vullga, del que men fío y vull a Aniquino. Pero
¿per qué me u preguntes?
Aniquino, sentín a Egano y que
parláen de ell, habíe estirat moltes vegades de la ma cap an ell
per a soltás, pensánse que la Siñora volíe engañál; pero ésta
lo habíe agarrat mol be y lo aguantáe de manera que no podíe
soltás.


La
Siñora li va contestá a Egano, y va di:


-
Yo te u diré. Yo creía que ere com tú dius, y que te ere mes fiel
que los atres, pero me ha engañat, perque cuan ten has anat avui a
cassá, ell se ha quedat aquí, y cuan li va pareixe be no se va
avergoñí de demanám que consentiguera en fé lo seu gust; y yo,
per a que esta cosa no tinguera que probát en massa probes, y per a
fétel tocá y vore, li vach contestá que me pareixíe be y que esta
nit, passada la mija nit, aniré al jardí y lo esperaré a la soca
del pi. Yo no porto cap intensió de anáy, pero si tens ganes de
vore la fidelidat del teu criat, pots fássilmen, ficánte damún
alguna de les meues robes y al cap un vel, aná allá baix a esperál,
que estic segura de que acudirá.
Egano, sentín aixó, va di: -
Convé que lo veiga.


Y
eixecánse com va pugué a la oscurina, se va ficá alguna roba de la
Siñora, y se va tapá lo cap, se va atansá cap al jardí y deball
de un pi se va ficá a esperá a Aniquino. La Siñora, cuan lo va
sentí ya fora de la alcoba, se va eixecá y va tancá la porta per
dins. Aniquino, que habíe passat molta temó, y se habíe esforsat
en escapás de les mans de la Siñora, y mil vegades an ella y al seu
amor y an ell mateix habíe maldit, veén lo que al final habíe fet,
va sé lo home mes felís que may va existí; y habén la Siñora
tornat al catre, se van despullá y juns van chalá durán un bon
rato.


Después,
pareixénli a la Siñora que Aniquino no se teníe que quedá mes
rato, lo va fé eixecás y torná a vestís, y aixina li va di:


-
Dolsos labios meus, ara agarra una bona gayata y vésten al jardí, y
fen vore que me habíes requerit per a tentám, com si fora yo
mateixa, insultarás a Egano y mel esbatussarás be, y de aixó se
seguirá después mol mes plaé.


Se
va eixecá Aniquino y va aná al jardí en una bona vara de oró a la
ma. Cuan va arribá al pi y Egano lo va vore víndre, se va alsá com
si vullguere ressibíl en grandíssima festa, y va eixí a trobál; a
lo que va di Aniquino:


-
¡Ah, dona roína, aixina que has vingut! ¿Y te has cregut que yo
volía féli al meu siñó esta afrenta? ¡Sigues mil vegades mal
vinguda!


Y
alsán la gayata, lo va escomensá a esbatussá com a les sigroneres.


Egano,
al sentí aixó y notá la gayata a les costelles, sense di res mes
va escomensá a fugí, y detrás de ell Aniquino, encara dién:


-
Fora, que Deu te porto a la desgrássia, mala pécora; per sert que
demá lay contaré tot a Egano. Y Egano, tan pronte com va pugué sen
va entorná a la alcoba, y la Siñora li va preguntá si Aniquino
habíe acudit al jardí.


Egano
va di:


-
Ojalá no hi haguera anat, perque creén que eres tú, me ha batut en
una vara y me ha dit les mes grans injuries que may se han sentit
díli a una dona roína. Yo me extrañaba mol de que ell te haguere
dit aquelles paraules en ánim de fé algo que me portare la vergoña;
u ha fet perque te va vore alegre y amable, y va volé probát.


-
Entonses - va di la Siñora -, alabat sigue Deu perque a mí me ha
probat en paraules y a tú en obres; y crec que podría di que yo
soporto en mes passiénsia les paraules que tú les obres. Ya que
tanta lealtat te té, ña que tíndrel en estima y honrál.


Egano
va di:


-
Per sert que dius la verdat.


Y
después de alló, Egano creíe que teníe la dona mes leal y lo
criat mes bo que may habíe tingut un noble; y aixina, después,
moltes vegades Aniquino y la Siñora sen van enriure de este fet, y
van tíndre molta mes fassilidat per a fé alló que los donabe plaé,
tan tems com Aniquino va vullgué quedás en lo seu amo Egano a
Bolonia.